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El estudio de la sagrada teología y la vida interior

Federico María Rago

Ocurre a menudo que el estudio se separa demasiado de la vida interior y no se guarda así la excelente gradación que se encuentra, por ejemplo, en la Regla de san Benito: «Lección, pensamiento, estudio, meditación, oración, contemplación» (cf. cap. 48). Santo Tomás, quien recibió su primera formación por parte de benedictinos, sin duda guardó esta admirable gradación en su Suma de Teología, como puede apreciarse cuando trata de la vida contemplativa (II-II, q. 180, a. 3)

Ahora bien, de la excesiva separación del estudio respecto de la oración se siguen muchos defectos o desviaciones. Así, la pena y la dificultad que a menudo se encuentran en el estudio ya no son consideradas como una penitencia saludable, ni tampoco se ordenan suficientemente a Dios, y de este modo sobreviene a veces la fatiga y el fastidio sin ningún fruto religioso. Por otra parte, a veces se encuentra en el estudio un gozo natural que podría ordenarse a Dios, en el espíritu de una fe viva, y que no raramente permanece como meramente natural, casi sin ningún fruto para el alma religiosa.

Santo Tomás habla de estas dos desviaciones al tratar de la virtud de la estudiosidad o de la aplicación al estudio que debe ser imperada por la caridad (S. Th., II-II, q. 166) ―contra la desordenada curiosidad y contra la pereza―, virtud de la estudiosidad que ordena el estudio para, en efecto, estudiar aquellas cosas que es necesario estudiar, como, cuando y donde es necesario hacerlo y, sobre todo, con el espíritu y la finalidad debidos: para conocer mejor al mismo Dios y para la salvación de las almas.

Ahora bien, para evitar los predichos defectos o desviaciones, mutuamente opuestos, es bueno traer a la memoria cómo se puede santificar nuestro estudio intelectual, considerando en primer lugar aquello que la vida interior recibe del estudio, rectamente ordenado, y luego aquello que, recíprocamente, el estudio de la sagrada teología puede recibir, cada vez más y más, de la vida interior. En la unión de estas dos dimensiones de nuestra vida se verifica de este modo y muy bien el principio de que «las causas son recíprocamente causas, pero en diverso género», y así se hace presente, de modo verdaderamente admirable, la recíproca prioridad en cuanto a la causalidad entre las mismas.

La vida interior es preservada por el estudio teológico sobre todo de dos graves defectos, a saber: el subjetivismo en la piedad y el particularismo.

El subjetivismo en cuanto a la piedad, que hoy a menudo se denomina sentimentalismo, es cierta afectación del amor, pero sin un verdadero y profundo amor de Dios y de las almas. Este defecto proviene de que en la oración prevalece la natural inclinación de nuestra sensibilidad, según la índole de cada cual. Es decir, prevalece cierta emoción de la sensibilidad, que a veces se expresa hasta con cierto lirismo, pero que carece en el fondo de un sólido fundamento en la verdad. 

 

(Fragmento del artículo publicado en el número 4 de nuestra revista. Para leer más, haz click a continuación).

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