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El sentido de la muerte y la tradición religioso-cultural

Gabriel Calvo Zarraute

 

Una cuestión trascendental que la actual sociedad descreída se empeña en ocultar es nuestra mortalidad. La condición humana es el mayor misterio para el hombre y, como resulta algo abrumador, procuramos la diversión estabularia para evadirnos de ella y entretenernos lo más posible mientras nos llega la hora de la muerte. La consciencia de la muerte nos pone en nuestro sitio, pero se trata de una realidad que nos negamos a conocer, que no nos gusta o nos asusta, aunque se intente disimular. Sin embargo, Aristóteles principia en su obra Metafísica que todos los hombres poseen por naturaleza el deseo de saber, por algo nuestra especie recibe el nombre de homo sapiens. El hombre actual se ha acostumbrado a una vida extraordinariamente más cómoda que la de sus antepasados, pero éste es un estado de cosas temporal y nuestro fin será exactamente el mismo que el de ellos. Se ha olvidado que nacimos para morir, de ahí que la muerte es inevitable, por lo que todos la encontramos aterradora.

La posmodernidad ha tratado de esconder la muerte, tanto domesticándola a través de representaciones ficticias, una causa mimada de la industria del entretenimiento en películas, series de televisión o el repugnante «Halloween», como manteniendo lo real fuera de nuestra vida. Sin embargo, al igual que el caso de ese otro objetivo obsesivo de la decadente cultura contemporánea que es la trivialización del sexo, hemos sido asaltados por la cruda realidad de los hechos.

La misión de la Iglesia, como parte de la misión recibida de Cristo, consiste en confrontar a la gente con la realidad, preparándolos para la muerte, antes de que esta misma realidad se les presente de improviso. Como ilustra la interesante lectura de Historia de la muerte en Occidente, de Philippe Ariés, cuando antaño había fe, la gente no iba a la Iglesia para ser feliz, sino para que les explicaran su miseria. Las personas querían saber cómo enfrentarse a la realidad de la vida y de la muerte, no distracciones para sentirse bien consigo mismos, a modo de las recetas que se encuentran en los libros de autoayuda.

Por consiguiente, la tarea de la Iglesia, por pesimista y contracultural que pueda parecer, no consiste tanto en luchar contra las nuevas plagas mundiales, sino contra la era de los analgésicos que adormecen la conciencia. Para ello, debe volver a su única razón de ser que es la fe, es decir, su misión sobrenatural. Desde el Vaticano II se ha confundido el progreso humano con el Reino de Cristo, de esta forma la Iglesia ha sido concebida como una institución humana que sirve para mejorar la vida material del mundo. Pero, aunque la fe en la vida eterna ilumina la forma justa de vivir en este mundo, la Iglesia tiene un mensaje para este mundo porque sólo ella tienes las llaves del otro mundo.

(Fragmento del artículo publicado en el número 1 de nuestra revista. Para leer más, haz click a continuación).

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