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La novedad de lo viejo. Los mártires san Ciriaco y santa Paula

David Aguilar Carmona
 

La presencia de las comunidades cristianas en la península ibérica se remonta al siglo I. Sin embargo, no fue hasta el siglo III cuando la Iglesia adquirió dignidad episcopal dentro de las diócesis del Imperio romano, hecho concretado en el sur de la península con el Concilio de Elvira, celebrado en el año 300.

Los primeros siglos de nuestra era se caracterizan por una época de transformación y vicisitudes que propiciaron la persecución de los cristianos por la amenaza que suponían para el poder del emperador por no acatar las divinidades paganas. Esta persecución supuso la cimentación de la fe cristiana en la península; de echo, el papa Juan Pablo II hizo referencia a los mártires y al origen apostólico de la Bética con motivo de su homilía en la primera visita que hizo a España en 1982.

La proclamación del edicto de Nicodemo el 24 de febrero del año 303 fue la resolución que adoptó Diocleciano para el comienzo de la décima persecución contra los cristianos, que comenzó en Asia menor por parte de Galerio; Constancio la replicó en las Galias, pero adquirió una forma más cruenta y luctuosa por Diocleciano en el norte de África e Hispania.

Ciriaco y Paula fueron dos jóvenes de Málaga que, apresados por las tropas del juez Silvano, confesaron su fe al magistrado y fueron sometidos a tormentos con el objetivo de que apostataran del cristianismo. La entereza con la que soportaron el martirio fue aliciente para que el magistrado dispusiese la muerte por apedreamiento junto al álveo del Guadalmedina en el año 303. Sus testimonios se difundieron mediante las actas del martirio, a las que los cristianos podían tener acceso previo pago de un tributo, así como a través de la trasmisión oral y popular. Según textos de los siglos III y IV existían hasta cuatro formas de tortura para conseguir la retractación de los reos: la laceración de las carnes con garfios, la flagelación, el caballete y la aplicación de hierros candentes.

Nuestra cultura es el resultado de un cúmulo de tradiciones cristianas que forman parte de nuestra identidad colectiva, más si cabe cuando se trata de la devoción de los patronos, la cual ahonda en más de mil setecientos años de tradición. No existen pruebas irrefutables que demuestren que san Ciriaco y santa Paula fuesen naturales de Málaga, pero existen datos que avalan la cercanía que tuvieron con la ciudad. Entre ellos destaca que, en el año 652, el obispo de Guadix incluyó en el ara la reliquia de Paula. Por otra parte, en el Martirologio jerominiano del siglo V los nombres Ciriaco y Paula aparecen unidos, y el códice de Cardeña del siglo X afirma que eran malagueños, como también el de Usuardo del siglo IX, en el que aparece el 18 de junio como la fecha del martirio.

La presencia de las comunidades mozárabes en el contexto del dominio musulmán perjudicó el recuerdo de los Mártires Ciriaco y Paula; sin embargo, la fina línea que discurre entre el olvido y el recuerdo perduró hasta el siglo XV, con la conquista definitiva de la ciudad por sus majestades los Reyes Católicos en 1487. La victoria político-militar y el breve apostólico de Inocencio VIII fueron aliciente para el nombramiento de los santos malagueños como patronos de la ciudad en 1490 y su posterior incorporación a su escudo de armas.

(Fragmento del artículo publicado en el número 1 de nuestra revista. Para leer más, haz click a continuación).

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